Después de tanto leer libros era cuestión de tiempo que quisiera escribir uno, no tengo ninguna experiencia en esto así que no espero que sea un Best Seller, está pensado como la historia de fantasía que creo que hace falta, ya hemos visto mucha fantasía medieval y nórdica, esta historia se basa en el folclor y la mitología de Latinoamérica prehispánica, aunque en un mundo ficticio, todo comenzó con la idea de escribir una historia de fantasía que a mí me gustaría leer. Por supuesto que tomo elementos de algunos de mis autores favoritos, que no nombraré para no sesgar. No pretendo para nada hacerme el experto en el tema, como mencioné soy totalmente novato escribiendo, pero como dije en un post pasado, si algo se me ocurre me gusta lanzarme.
Actualización: ¡el libro ya tiene portada!, la puedes ver aquí
Es un gusto para mi poder compartir el primer capítulo, ya tiene un título pero como puede ser que cambie no lo pongo acá:
1. La fiesta de historias
La mañana habría sido perfecta de no ser por la guerra, era un día soleado después de varias semanas enteras de lluvia y nubarrones, el bosque estaba totalmente teñido del verde intenso que presagia una buena primavera y hubiera sido el día perfecto para ir a explorar.
Desde que Iktan recordaba había habido guerras en su mundo, unos reinos contra otros siempre peleando por expandir sus territorios, derrocar tronos o imponer sus ideologías, la siguiente menos sensata que la anterior.
Pero esta guerra era diferente, no era una guerra contra otro reino, ni tampoco un conflicto derivado del ego de algún monarca ambicioso, era una guerra contra el miedo en sí mismo, una guerra por la supervivencia.
Aunque ese día Iktan no pensaba mucho en ello, la guerra todavía estaba muy al sur según los viajeros que acababan de pasar por el pueblo y él estaba a punto de ir con su amigo Trop a explorar una cueva al norte, de la que habían escuchado hablar al viejo Bej. Su preocupación estaba más enfocada en cómo convencería a sus padres de que su único hijo de solo 17 años quería embarcarse en una aventura de tres días, con los posibles peligros que esto conllevaba. Su madre Atle normalmente lo apoyaba en sus aventuras, pero Kante, su padre, no estaba muy de acuerdo con lo que llamaba “su pasatiempo sin futuro”.
Bej era el abuelo de Iktan y la persona de más edad de Okbe, la aldea donde vivían; en sus años mozos había sido un comerciante de pueblo en pueblo, mejor conocidos como buhoneros, por lo que había visto prácticamente todo el mundo, desde las colinas frías al norte en Numpia hasta el extremo selvático al sur en Xa-log, no había un resquicio en todo el reino de Calaktum que el abuelo de Iktan no conociera. Bej tenía en su cuarto una repisa llena de los objetos más raros, algunos tenían aspecto valioso y otros parecían solo cacharros encontrados a la orilla del camino, pero de todos ellos había una historia que contar. A veces desaparecía por un par de días, Iktan no sabía como lo hacía a su edad tan avanzada y cuando le preguntaba solo respondía con una sonrisa, suponía que salía a dar largos paseos para recordar sus mejores años. Aunque ya tenía varios meses que no hacía esto, ahora el pobre era feliz si sus rodillas le daban para recorrer el pueblo de extremo a extremo. Bej era delgado, bajito y moreno como la mayoría en Okbe y en Calaktum en general, un poco encorvado por la edad, recientemente traía un bastón de madera que se rehusaba a utilizar, aunque se veía obligado a hacerlo de mala gana, también tenía el cabello totalmente blanco, aunque aún abundante, y unas arrugas que lucía con orgullo y que delataban lo mucho que había andado, así como unas manos que solo porta quien ha trabajado diariamente por muchos años.
A Iktan y Trop les encantaba pasar tiempo escuchando a Bej contar sus historias, de ahí había nacido su afición por el comercio. Desde pequeños iban de aquí para allá buscando objetos o comestibles como bayas, hongos o chapulines que después vendían en una pequeña tienda que habían montado en la posada de los padres de Iktan o en el mercado de Okbe, o que, si les gustaban mucho, añadían a su colección compartida.
Habían comenzado explorando una molienda de maíz abandonada a las afueras del pueblo donde encontraron su primer objeto, un pedazo de piedra para moler, no era un objeto bonito, ni útil, o algo que pudieran vender, pero lo conservaban por sentimentalismo.
Ambos recordaban con entusiasmo la primera vez que vendieron un conejo que habían cazado en el bosque por tres semillas de cacao y reían como locos cada vez que recordaban cuando habían vendido hongos comestibles por 1 cacao la docena a la familia de Pak, el vendedor de huaraches, y que al final resultaron ser alucinógenos, Bej había tenido que llevarles un antídoto cuando escucharon los cantos y los vieron bailando afuera de su choza. Ahora Iktan y Trop estaban a punto de embarcarse en su exploración más lejana.
El día anterior Bej había cumplido 94 años y le habían hecho una fiesta en el patio de la posada de los padres de Iktan, como además de ser el más viejo del pueblo era también uno de los más queridos, la mayor parte del pueblo (alrededor de 400 habitantes) había asistido al evento, incluso los dos viajeros que iban de paso y se estaban hospedando en la posada aprovecharon para degustar de la cena: pavo relleno de frutas, con mucho elote desgranado como acompañamiento y dulces de todo tipo que trajeron Nima y su esposa Nincanil, los dulceros bonachones y risueños de Okbe, quienes eran muy buenos amigos de Bej. Después de la cena, el baile, los postres (unos ricos dulces de ciruelas, mango y papaya) y todo lo que acompaña a una fiesta como Dios manda, llegó el momento favorito de Iktan: la hora de la fogata, las historias y las noticias.
Todos se sentaron en piedras y troncos alrededor de un fuego, a excepción de los más viejos a quienes les acercaron sillas de madera, estos, como siempre, preocupados por la situación actual, empezaron preguntando a los viajeros acerca de la guerra y lo que sabían al respecto.
Después de dar cuenta de su segunda barra de dulce de ciruela como solo un viajero que no ha probado bocado decente desde hace semanas sabe hacer, uno de los viajeros comenzó a hablar:
—Venimos del pueblo de Ixmal, a dos semanas de viaje al sur y hasta el momento no hay de qué preocuparse, no hay todavía señales de los Nazor, aunque ya tomaron la ciudad de Xa-log el ejército los ha podido retener en el estrecho de Ko-lú.
—Debemos dar gracias al Dios Yacail por esas montañas —dijo Nicancil con voz preocupada —es un alivio que nos ayuden a detener a los invasores.
—Si, es una gran ayuda que la naturaleza nos favorezca. El enemigo es sumamente temible, pero como ya les dije, por ahora seguimos en zona segura y si llegaran a pasar Ko-lú todavía tendrían como un mes de ventaja para huir al norte.
—Además —continuó el otro de los viajeros —en el peor de los casos siempre podemos tener la ayuda de los Tezcal, dicen que son los únicos que han podido hacer frente directamente a los generales Nazor y salir con vida.
—Ni siquiera nombres a esos demonios —respondió de nuevo Nicancil mientras seguía repartiendo sus dulces a todos —solo de oír sus nombres me muero de miedo.
El primer comerciante volvió a tomar la palabra.
—La mayoría de los Tezcal están todavía lejos al norte en su fortaleza de Te-Xun, solo un par de ellos acompaña al ejército, es poco probable que puedan llegar a tiempo a socorrernos en caso de necesitarlo.
—Además los rumores dicen que los Tezcal cada vez son menos, y no me inspiran confianza, juegan con fuerzas peligrosas que ni ellos comprenden, dicen que pueden mover cosas sin tocarlas, otros dicen que pueden invocar el fuego o a los espíritus, no creo que sean mucho mejores que los Nazor —dijo Kante, el padre de Iktan, con su voz gruesa de tenor.
—No creo que haya nada peor que los Nazor —siguió el primero de los viajeros, y esta vez su semblante se tornó muy serio, bajó la voz casi hasta el extremo, como temiendo que alguien pudiera escuchar lo que estaba a punto de decir —nadie sabe de dónde vienen ni lo que quieren, no dejan heridos ni toman prisioneros, pero tampoco se llevan nada de valor. Los intentos de hacer negociaciones con ellos han terminado en mensajeros sacrificados. Nuestro ejército cae como moscas a su paso y hay quienes dicen que de no ser por los Tezcal y el estrecho de Ko-lú ya estarían sobre nosotros. Dicen que vienen del mismo Xibalbá, el infierno, pero yo pienso que vienen de un lugar más profundo.
El segundo viajero tragó saliva y continuó hablando en el mismo tono que su compañero.
—Un amigo viajero que sobrevivió a la caída de Xa-log dice que vió a uno de los generales Nazor. Entre el tumulto, los gritos y su desesperación por huir no alcanzó a verlo bien y dice que no sabe si fue una alucinación causada por el miedo que sentía, pero sus ojos eran tan azules que casi parecían negros, y no se refería solo al centro de los ojos sino también a lo que los rodea, lo blanco.
—Se llama esclerótica —dijo el primer viajero zampándose un tercer pedazo enorme de dulce, esta vez de mango, como si unos segundos antes no estuviera hablando de algo tan siniestro.
—Pues como se llame —continuó el segundo viajero agitando la mano —el caso es que eran muy muy azules, como si viera el cielo nocturno en ellos, pero eso no es todo, sino que su piel era tan blanca como nunca antes había visto —el viajero echó una mirada de reojo a Trop, el amigo de Iktan, y a su familia, quienes también eran de piel blanca, y continuó —y tenía el cabello largo y blanco también. Mi amigo dice que el monstruo volteó a verlo solo por una fracción de segundo, y lo único que pudo ver fue diversión en su rostro, como alguien que estuviera ganando una apuesta de un juego de pelota, no parecía alguien que estuviera comandando la masacre de un pueblo entero. Mi amigo huyó de milagro y cuando me contó esto todavía temblaba de pavor.
Nima tomó la palabra, también hablando seriamente, algo extraño en él.
—Según las historias que he escuchado, el general al que vió tu amigo es Ixthel, uno de los cuatro generales Nazor, todos igual de malvados.
Hubo un profundo silencio, por unos segundos que parecieron horas sólo se escuchó el sonido del viento, el ulular de las lechuzas, el cantar de los grillos y el crepitar del fuego, nadie pensaría que unos momentos antes el ambiente era de fiesta.
Atle, la madre de Iktan, se levantó con gesto malhumorado.
—Ya basta de historias escalofriantes, estamos de fiesta por el cumpleaños de mi padre y lo menos que queremos es pensar en guerras que como bien dicen los señores viajeros todavía están lejos de aquí y es probable que nunca lleguen.
—Tienes razón Atle —respondió Nima cambiando de semblante, sonriendo y animando a todos —es cumpleaños de mi buen amigo Bej, y aunque creo ya me sé todas sus historias de cabo a rabo, sé lo mucho que le gusta contar sus aventuras y siempre es un gusto volver a escucharlas, además puede ser que los más jóvenes no sepan alguna que otra. Así que Bej, te cedo la palabra para que nos cuentes una de tus grandes historias.
Bej, quien hasta el momento no había dicho una sola palabra, se irguió en su silla de cumpleañero (sentarse en un tronco o piedra como los demás le daba un gran dolor de espalda) y disimuló la alegría de que le pidieran que contara una de sus aventuras, ya que para alguien de su edad este es uno de los mayores placeres de la vida.
—Gracias por el cumplido amigo Nima, será un gusto para mí contarles un poco de lo que me tocó vivir en mis años de comerciante. Pero como siempre el problema más grande es elegir cuál historia contar —dijo con un aire de misterio.
—¡Cuenta sobre la vez que un Numpiano quiso engañarte y venderte hielo inderretible! —dijo uno de los aldeanos.
—O la vez que encontraste un nido de quetzal de fuego en medio del desierto de Xi-ca.
Ahora, podría parecer extraño que todo el pueblo estuviera emocionado por escuchar una historia, pero hay que tener en cuenta que en un pueblo pequeño como Okbe no había mucho más que hacer, además de que Bej era sumamente bueno en ello, sus palabras te hacían entrar en un mundo de ensoñación e imaginarte las cosas que narraba como si tú mismo las hubieras vivido. Así que esa noche estuvo llena de historias, y no solo de Bej, después de un rato algunos otros aldeanos se atrevieron a contar sus propios cuentos y leyendas y hasta Nima, ya con algunos mezcales encima, contó la vez que un ricachón de uno de los pueblos vecinos había ofendido a su mujer y le hizo una cesta de dulces tradicionales por encargo con frutas muy pasadas.
Al final todos se fueron marchando a sus casas, los viajeros se fueron a sus recámaras en la posada y solo quedaron Bej, Iktan, sus padres Atle y Kante y Trop, quien casi era más hermano de Iktan que de sus propios hermanos. Todos estaban limpiando los restos de la fiesta. Iktan y Trop ayudaban barriendo y retirando las piedras y troncos que habían servido como sillas improvisadas, Kante lavaba y secaba los platos y tarros, Bej guardaba los restos de los dulces (pellizcándolos a cada tres pasos) y Atle limpiaba la cocina.
Atle era una mujer morena y bajita, de pelo muy largo y lacio que le llegaba hasta la cintura, ojos negros y avellanados y complexión delgada, con una piel tan tersa que era difícil calcularle la edad, era de las mujeres que se levantan y ya están trajinando y silbando alegres antes de que el gallo cante. Llevaba la casa y administraba el negocio familiar, el cual consistía en la posada del pueblo, que estaba justo en contraesquina a la plaza donde se ponía el mercado y servía principalmente a viajeros como los de esa noche. Era muy buena con los números, y de no ser por ella, Kante habría perdido la propiedad o gastado el dinero arduamente ganado.
Kante por su parte era un hombre de aspecto robusto, fuerte debido a su trabajo y algo más alto que el promedio, de un humor serio, tozudo y, si no lo conocieses bien, dirías que alguien con mal genio, pero en el fondo era un buen hombre, no había en Okbe alguien a quien no hubiera ayudado al menos una vez, ya fuera a reparar su tejado para evitar que las lluvias inundaran su casa o a darle cobijo gratis en la posada a los vecinos cuando su choza se quemó, se dedicaba a reparar, acondicionar y construir los muebles y habitaciones según se iban requiriendo, además profesaba un amor incondicional por Atle, para él no había otra mujer en el mundo.
Entre ambos se dedicaban a atender a los huéspedes y a quien quisiera comer en su comedor. La posada consistía en un conjunto de seis chozas, cinco de las cuales eran recámaras de forma circular y estaban detrás de una choza rectangular más grande que hacía las veces de cocina, con un comedor enfrente separado de ésta por una puerta con cortina de tejidos de colores, habían empezado con solo una recámara y Kante había ido construyendo las demás en el transcurso de los años, el plan era construir una sexta recámara a lo largo de ese año para formar dos hileras, la choza más grande tenía una entrada por el frente que daba a la calle y otra por la parte posterior, que daba directo a la cocina y tenía una gran mesa donde los huéspedes comían todos juntos, en días llenos el comedor se volvía un caos de pláticas y platos que iban y venían, Iktan y Trop aprovechaban esos días para hacer algunas ventas. Del lado derecho de la posada había un gran patio con muchos árboles por todo alrededor y todo bardeado con palos torcidos pero bien acomodados, en este patio es donde habían celebrado la fiesta de Bej. Al fondo estaba la choza de Bej, que había pedido lo más separada posible de las demás cuando inició la construcción de la posada y finalmente estaba la casa de Iktan, justo al lado derecho de la posada, la casa estaba en el mismo terreno de la posada, pero separada por una pequeña cerca solo para delimitar el terreno, la entrada a su casa no daba a la calle sino hacia la posada para tener vista hacia el negocio, Iktan y su familia usaban la cocina de la posada para ellos también.
Después de un rato de hacer la limpieza, Bej cayó en cuenta de que Iktan no le había pedido ninguna historia esa noche. Le extrañó pues siempre era el primero en pedirlas.
—Iktan ¿Sucede algo o por qué no pediste ninguna historia hoy?
Kante, el padre de Iktan, frunció el ceño, no le parecía correcto que Iktan estuviera siempre ensimismado en aventuras que no llevaban a nada. Pero Iktan de inmediato preguntó algo que, por muy extraño que parezca, no se le había ocurrido antes, pero que esa noche lo tenía intrigado, solo que le parecía una pregunta algo íntima para hacerla frente a toda la aldea.
—Todo está bien abuelo, es que esta vez tengo una pregunta, más que pedirte una historia. De todos los objetos que tienes en tu colección ¿Cuál es tu favorito?
Bej se quedó pensativo unos segundos, como decidiendo qué responder. Luego mirando a los presentes dijo:
—¡Qué rayos! ya están grandes para saberlo y yo ya estoy viejo así que ¡qué más da!. Responderé a tu pregunta pero como siempre aprovecharé para contar su historia.
Y diciendo esto fue a su alcoba, después de unos minutos volvió con una cajita diminuta hecha de mimbre cerrado con un cordón, lo desató, abrió la caja y sacó un trapo de cuero, de esos que tienen tanto tiempo que están llenos de rayaduras y tallones, lo puso sobre la mesa y lo extendió poco a poco, todos se acercaron a mirar con curiosidad menos Kante, quien solo miró de reojo disimulando que secaba un tarro con un trapo.
Lo que vieron no sorprendió a ninguno de ellos, era una piedra blanca del tamaño de una canica de las grandes, no tenía nada de especial, no era brillante y no parecía tener valor alguno, era una simple piedra, como si la hubiera sacado del río esa mañana, si acaso se le podría haber dado un atributo especial es que era totalmente redonda.
Iktan se decepcionó un poco, pensaba que vería una piedra preciosa o algún objeto antiguo de mucho valor, pero aún así por cortesía preguntó a su abuelo.
—Oh, es bonita ¿Qué es? —dijo disimulando su decepción lo mejor posible.
—Lo sé, no parece nada especial —respondió Bej con gesto divertido —pero es más valioso de lo que aparenta. Es tan valioso que no me había atrevido a mostrarselos ni a ustedes, mis dos mejores pupilos. Solo mi hija lo había visto.
—¿Tu ya lo conocías mamá?
—Si, tu abuelo lo tiene desde antes de que yo naciera, pero deja que él te lo cuente.
—Está bien —comentó Bej entre pensativo y entretenido —les voy a contar una historia que no he contado a nadie, ni siquiera mi amigo Nima conoce sus detalles, solo tu abuela que en paz descanse la conocía, así como Atle y después de hoy ustedes. La historia de por qué decidí vivir en esta aldea, la historia de cómo me hice buhonero y que incluso hoy sigue marcando mi vida.